jueves, 9 de octubre de 2014

Monta-man



Vivíamos en una época en la que se compraban juguetes en los Quioscos. Uno se acercaba a su quiosquero particular, le pedía una bolsa de Monta-man y se preparaba para sentirse el niño más especial del barrio. Íbamos guardando los duros que nos sobraban de la paga de los domingos y, cuando juntábamos, veinte, sabíamos que íbamos a tener juguete nuevo. Y no era un juguete cualquiera.

Los Monta Man venían en un envoltorio de plástico y venía todo desmontado, en una sola pieza donde todos los componentes iban soldados a una pieza cuadrada por un trozo de plástico. Había que ir arrancando las piezas e irlas montando, poco a poco. Una vez hecho, te quedaba un muñeco con brazos y piernas móviles. Algo innovador, ya que los clicks de Playmobil, por ejemplo, no podían mover sus piernas.

Generalmente eran militaes que incluían casco y accesorios de guerra. Y las batallas que formábamos con ellos en nuestras habitaciones eran épicas. Siempre buscábamos algún malo; generalmente algún muñeco de goma o algún Geyper Man, e inventábamos una aventura en el que el Monta-man terminaba siendo el gran héroe.

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