martes, 30 de octubre de 2012

Todos al suelo






En 1981 la democracia, en España, aún era un concepto demasiado frágil como para poder tenerse en cuenta en la sociedad. Los viejos, muchos, añoraban el viejo régimen y muchos jóvenes remaban en la dirección que imponían los nuevos gobernantes. Unos más, otros menos, pero casi todos intentaban olvidar el pasado y abrir una nueva etapa. Fue aquello que llamaron transición y que con el tiempo muchos vendieron con modélica cuando en realidad fue el polvo de los lodos actuales.

Los niños jugábamos en los descampados y desconocíamos los entramados políticos del país. No conocíamos el nombre del presidente del Gobierno por más que Suárez se hubiese empeñado en ser el tipo más mediático del momento. Por parte de nuestros padres, escuchábamos el nombre de un tal Felipe, pero a nosotros nos preocupaba bajar a la calle con una pelota y correr detrás de nuestros amigos.

Realmente no fuimos conscientes de lo que había ocurrido hasta pasados unos años. Hasta que, en los noventa, y libro de historia en mano, nos contaron que la democracia bajo cuyo amparo vivíamos, había sido amenazada de muerte. Que nuestros padres habían pasado una noche sin dormir, pegados al transistor. Y que días después un millón de personas invadió Madrid suplicando libertad.

A nosotros, lo que nos quedó de aquel día de golpe de Estado, fueron las cintas de chistes de Arévalo y los juegos de calle donde, persiguiéndonos unos a los otros, nos gritábamos "¡Todos al suelo, que viene Tejero!".

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